viernes, 26 de febrero de 2010

CONVENIO BIBLIOTECA NACIONAL-INPE

"La semilla es pequeña,pero rompe cualquier piedra, cualquier rocay la hace florecer"

(José María Arguedas).




CONVERSATORIO POR LOS 99 AÑOS DEL NACIMIENTO DE JOSE MARIA ARGUEDAS (19de febrero 2010)


El Establecimiento Penal Miguel Castro Castro de Lima tuvo la visita el dia 19 de febrero de la Srta. Cecilia Ferrer M. Coordinadora de la Biblioteca Nacional quien acompañando al Dr. Walter Saavedra Decano del Colegio de Antropologos de Lima y catedratico de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, expuso el tema sobre los 99 años de Jose Mari.a Arguedas.

La Biblioteca Penal Jose Maria Arguedas ubicada dentro de las instalaciones del penal en el Pab. 2-A acondiciono el espacio de biblioteca para acoger a tan noble expositor acerca de sus investigaciones hechas sobre Arguedas .

Esperamos que asi como el Dr. Walter Saavedra Decano del Colegio de Antropologos se hagan presentes otros intelectuales del quehacer cultural de nuestro pais y expongan sus investigaciones, nos comenten acerca de sus obras,etc. Los internos estaran gustosos de recibirlos gracias a los alcances del CONVENIO INTERINSTITUCIONAL BIBLIOTECA NACIONAL DEL PERU - INPE ,este evento nos servira de base para las celebraciones del CENTENARIO DEL NATALICIO DE JOSE MARIA ARGUEDAS.


“No soy un indio aculturado” En Obras
completas. Lima: Editorial Horizonte,
1983. t.V, Extracto seleccionado, págs. 13-
14.


Acepto con regocijo el premio Inca Garcilaso
de la Vega, porque siento que representa
el reconocimiento a una obra
que pretendió difundir y contagiar en el
espíritu de los lectores el arte de un individuo
quechua moderno que, gracias a la
conciencia que tenía del valor de su
cultura, pudo ampliarla y enriquecerla
con el conocimiento, la asimilación
del arte creado por otros pueblos que dispusieron
de medios más vastos para expresarse.
La ilusión de juventud del autor parece haber
sido realizada. No tuvo más ambición que la de
volcar en la corriente de la sabiduría y el arte del
Perú criollo el caudal del arte y la sabiduría de un
pueblo al que se consideraba degenerado, debilitado
o “extraño” e “impenetrable” pero que, en realidad,
no era sino lo que llega a ser un gran pueblo,
oprimido por el desprecio social, la dominación política
y la explotación económica en el propio suelo
donde realizó hazañas por las que la historia lo consideró
como gran pueblo: se había convertido en
una nación acorralada, aislada para ser mejor y
más fácilmente administrada y sobre la cual sólo
los acorraladores hablaban mirándola a distancia y
con repugnancia o curiosidad. Pero los muros aislantes
y opresores no apagan la luz de la razón humana
y mucho menos si ella ha tenido siglos de
ejercicio; ni apagan, por tanto, las fuentes del amor
de donde brota el arte. Dentro del muro aislante y
opresor, el pueblo quechua, bastante arcaizado y
defendiéndose con el disimulo, seguía concibiendo
ideas, creando cantos y mitos. Y bien sabemos que
los muros aislantes de las naciones no son nunca
completamente aislantes. A mí me echaron por encima
de ese muro, un tiempo, cuando era niño; me
lanzaron en esa morada donde la ternura es más
intensa que el odio y donde, por eso mismo, el odio
no es perturbador sino fuego que impulsa.
Contagiado para siempre de los cantos y los mitos,
llevado por la fortuna hasta la Universidad de
San Marcos, hablando por vida el quechua, bien incorporado
al mundo de los cercadores, visitante feliz
de grandes ciudades extranjeras, intenté convertir
en lenguaje escrito lo que era como individuo: un
vínculo vivo, fuerte, capaz de universalizarse, de la
gran nación cercada y la parte generosa, humana,
de los opresores. El vínculo podía universalizarse,
extenderse; se mostraba un ejemplo concreto, actuante.
El cerco podía y debía ser destruido; el caudal
de las dos naciones se podía y debía unir. Y el
camino no tenía por qué ser, ni era posible que fuera
únicamente el que se exigía con imperio de vencedores
expoliadores, o sea: que la nación vencida
renuncie a su alma, aunque no sea sino en la apariencia,
formalmente, y tome la de los vencedores,
es decir que se aculture. Yo no soy un aculturado;
yo soy un peruano que orgullosamente, como un demonio
feliz habla en cristiano y en indio, en español
y en quechua. Deseaba convertir esa realidad en
lenguaje artístico y tal parece, según cierto consenso
más o menos general, que lo he conseguido. Por
eso recibo el premio Inca Garcilaso de la Vega con
regocijo.
Pero este discurso no estaría completo si no explicara
que el ideal que intenté realizar, y que tal parece
que alcancé hasta donde es posible, no lo habría
logrado si no fuera por dos principios que alentaron
mi trabajo desde el comienzo. En la primera
juventud estaba cargado de una gran rebeldía y de
una gran impaciencia por luchar, por hacer algo.
Las dos naciones de las que provenía estaban en
conflicto: el universo se me mostraba encrespado de
confusión, de promesas, de belleza más que deslumbrante,
exigente. Fue leyendo a Mariátegui y después
a Lenin que encontré un orden permanente en
las cosas; la teoría socialista no sólo dio un cauce a
todo el porvenir sino a lo que había en mí de energía,
le dio un destino y lo cargó aún más de fuerza
por el mismo hecho de encauzarlo. ¿Hasta dónde
entendí el socialismo? No lo sé bien. Pero no mató
en mí lo mágico. No pretendí jamás ser un político
ni me creí con aptitudes para practicar la disciplina
de un partido, pero fue la ideología socialista y el
estar cerca de los movimientos socialistas lo que dio
dirección y permanencia, un claro destino a la energía
que sentí desencadenarse durante la juventud.
El otro principio fue el de considerar siempre el
Perú como una fuente infinita para la creación.
Perfeccionar los medios de entender este país infinito
mediante el conocimiento de todo cuanto se
descubre en otros mundos. No, no hay país más diverso,
más múltiple en variedad terrena y humana;
todos los grados de calor y color, de amor y odio, de
urdimbres y sutilezas, de símbolos utilizados e inspiradores.
No por gusto, como diría la gente llamada
común, se formaron aquí Pachacámac y Pachacútec,
Huamán Poma, Cieza y el Inca Garcilaso,
Túpac Amaru y Vallejo, Mariátegui y Eguren, la
fiesta de Qoyllur Riti y la del Señor de los Milagros;
los yungas de la costa y de la sierra; la agricultura
a 4.000 metros; patos que hablan en lagos de altura
donde todos los insectos de Europa se ahogarían;
picaflores que llegan hasta el sol para beberle su
fuego y llamear sobre las flores del mundo. Imitar
desde aquí a alguien resulta algo escandaloso. En
técnica nos superarán y dominarán, no sabemos
hasta qué tiempos, pero en arte podemos ya obligarlos
a que aprendan de nosotros y lo podemos hacer
incluso sin movernos de aquí mismo. Ojalá no
haya habido mucho de soberbia en lo que he tenido
que hablar; les agradezco y les ruego dispensarme.


Palabras de José María Arguedas en el acto de entrega del premio
“Inca Garcilaso de la Vega”. (Lima, Octubre 1968.)

1 comentario:

Anónimo dijo...

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